Gilda Sánchez

Empleada en la Tercera


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¿Síntomas de presión alta? ¿Dolores comprometedores en el pecho o en las piernas? De acuerdo con el geriatra es lo primero que debo corroborar en las mañanas después de abrir los ojos y agradecer un día más de vida.

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mujlibros¿Síntomas de presión alta? ¿Dolores comprometedores en el pecho o en las piernas? De acuerdo con el geriatra es lo primero que debo corroborar en las mañanas después de abrir los ojos y agradecer un día más de vida. En caso de no sentir molestias semejantes, necesito inmediatamente medirme el nivel de glucosa para ver cuál medicamento de mi polifarmacia tomo primero. Así empiezo todos los días a funcionar antes de salir al trabajo.

Aunque nadie me cree que tengo alrededor de sesenta años, debido a que los gajes del destino me han permitido cuidarme y no arrugarme tanto, la jornada laboral como empleada si me resulta más abrumadora que hace 20 años. Para empezar, arreglarse cuando se tienen cuatro décadas de vida y, con sólo algo de rímel, una base de maquillaje para emparejar el cutis y color en labios y mejillas, uno logra verse espectacular, no es lo mismo que acicalarse ahora, cuando para verme no tan mal, necesito quitarme y ponerme los lentes al parejo que el rímel, el delineador de ojos y de cejas y cruzar los dedos para que no me haya salido de la raya.

Al terminar mis rituales matutinos de higiene,  arreglo,  alimentación y toma de medicamentos, salgo agitada a mi coche para darme cuenta que no traigo el celular.  Con mis arreos ya en el auto, me regreso hasta la recámara llaves en mano –que afortunadamente en esta ocasión no extravié–  para abrir puertas  ya cerradas y rescatar el indispensable artefacto. Tres cerrojos  y el tiempo para franquearlos me separan de permanecer incomunicada durante el día. Una vez recuperado el crucial objeto y ahora detrás del volante, pongo changuitos nuevamente para que la pila de éste dure al menos hasta llegar a mi escritorio, sobre todo en caso de encontrarme con una manifestación y necesitar informar del contratiempo. Si calculo que libro el llegar puntual manejo  normalito y si me parece que apenas lo lograré, con mucha pena le piso más fuerte al  acelerador para poder arribar por lo menos lo más cercano a la hora de entrada y poner cara de “¡vean! llego temprano”.

Estaciono el coche a seis cuadras de la oficina y procuro no olvidar ni el lunch ni la bolsa con mis zapatos de tacón que me pondré al llegar después de esquivar hoyos, pepenadores, cables, puestos de comida, coladeras, bicicletas, ambulantes y otros congéneres apurados. Cuando entro al edificio intento parecer una reina triunfante si es que consigo esconder mi falta de aliento y mantener en su lugar mi no muy abundante cabellera.

Que los varones más jóvenes de la oficina me cedan de inmediato el asiento en las juntas, es una de las ventajas de la tercera edad en el trabajo. En tales ocasiones suelo murmurarles “ni modo, los años triunfan sobre la belleza”  y arrancarles sonrisas para proceder ya relajados a abordar la orden del día. Al paso de la jornada comparto con mis compañeros casi todas las conductas de oficina excepto la de mis frecuentes visitas al baño y la de su preocupación, al verme –durante alguna pausa para estirar las piernas y con ello evitar embolias– caminando y respirando muy profundamente al mismo tiempo que medito.  La primera vez que alguien me descubre haciéndolo siempre piensa que me voy a ahogar.

Antes de regresar a casa ya sin luz diurna, tomo precauciones para caminar al estacionamiento. Aparte de cambiarme de zapatos me envuelvo en un impermeable de poliéster oscuro, así no me veo tan arreglada, evito tentaciones de ser asaltada y logro subirme a mi coche sana y salva para volver exhausta, pero jubilosa por haber podido sobrellevar sin mayores contratiempos un día más de empleo.

Tener un empleo a estas alturas de la vida es un privilegio. Si bien agobian los  percances físicos y mentales naturales del pasar de los años mientras se cumplen largos horarios de trabajo, el deleite cuando se termina la jornada se  asemeja, me imagino, a lo que se sentía al salir victorioso de un lance de caballería. Trabajar en tercera es indudablemente una aventura temeraria, pero también una prerrogativa y una gran bendición.

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