Gilda Sánchez

Pasión amorosa a la Karenina ¿vale la pena?


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La novela de León Tolstói, Anna Karenina, y cualquiera de sus versiones cinematográficas, es un ejemplo de ello, plantea el psicólogo y terapeuta catalán.

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El estado pasajero del amor romántico o pasión amorosa  puede empañar la vida si se convierte en una búsqueda obsesiva, nos dice Xavier Guix en un artículo publicado por El País.

La novela de León Tolstói, Anna Karenina,  y cualquiera de sus versiones cinematográficas, es un ejemplo de ello, plantea el psicólogo y terapeuta catalán.

Estas fechas son una buena excusa para mirar con ojos de hoy lo que conocemos como pasión amorosa y sus consecuencias.

Más allá de la experiencia del enamoramiento existe una dimensión enajenante por su intensidad y descontrol que seAnna Karenina caracteriza por una exaltación de todos los sentidos, una necesidad de fusión afectiva y un estado de dependencia de esos corazones apasionados.  Dos viven en un sinvivir porque nada tiene sentido, nada existe y nada puede soportarse si no permanecen juntos.

Nos dice Guix, nada asesina tanto el deseo como su consumación. La ilusión queda desvelada cuando se descubre que, en efecto, no solo se puede vivir sin el otro, sino, incluso, mejor. Entonces, el amor debe de ser algo más misterioso que la pasión cuando se prefiere permanecer al lado de alguien.

No obstante, continua, el amor apasionado se añora. Quien lo ha vivido quisiera repetir, al menos una vez más. Sin embargo, por el camino dejaron un reguero de opciones reales que menospreciaron porque a todas les faltaba algo. La pasión, como el sexo, suele merodear más en la cabeza que en ninguna otra parte.

Actualmente es observable la dificultad de muchas personas para emparejarse, afirma el autor. Es algo más que una moda pasajera. Es la certificación de que nuestras vidas afectivas no superan la prueba de la intimidad.

Según el psicólogo, un buen medidor para observar la realización personal de una persona es la profundidad de las relaciones y contactos íntimos que mantiene, los sentimientos que se permite experimentar y la disposición a dar y recibir, a la reciprocidad. Tal proceso se enturbia muchas veces cuando aparece el síndrome de Anna Karenina.

Anna Karenina, mujer enérgica y honrada, queda prendada del caballero y militar Vronsky hasta romper con las costuras de su propia condición de mujer casada, en una sociedad aristocrática rusa decadente, falta de valores y preñada de hipocresía, observa Guix. La protagonista es capaz de trascender su propia historia, las costumbres sociales, un marido de alta alcurnia e, incluso, en el más doloroso de los casos, a su propio hijo. Todo por ese enamoramiento.

No obstante, su incondicional entrega se corresponde a medias con la de su amado, continua. Aunque al principio cn_image.size.anna-karenina-01Vronsky se desboca por lograr su apreciado trofeo, luego caerá en lo que Schopenhauer advirtió: el aburrimiento. Allí donde ella empuja, él solo frena. Allí donde nació la pasión, ahora pervive la frustración.

El delito de Anna, su único y gran error, fue su inmediatez, dejarse llevar por sus sentimientos sin tener en cuenta los de los demás. Con algo más de paciencia, con algo más de cordura y con los ojos bien abiertos se hubiera dado cuenta de la inconsistencia de su amado, afirma el terapeuta. Pero eso es lo que ocurre cuando sólo hay pasión: mucha intimidad y muchas hormonas, sin tiempo de que crezca una verdadera raíz fruto del vínculo.

Anna Karenina se condenó por su empeño en querer a quien no la podía querer. Los que aman ciegamente, aman sus propias sensaciones, señala Guix. Pero no se dan cuenta de quién es quién tienen delante, porque solo pueden ver su propio reflejo, como Narciso. Embriagados por la euforia confunden el amor a sí mismos con el amar.

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