Gilda Sánchez

“Tatarabuelas”, tesoros vivos de cinco generaciones de familias


Comparte en tus redes sociales

Facebooktwitter

• El diario argentino Clarín nos presenta como las tatarabuelas son el último bastión de un viejo modelo familiar, donde las parejas tenían hijos antes de los 20 años. Clarín habló con tres de ellas. Cuentan cómo se relacionan con los más chicos.

Decrease Font Size Increase Font Size Tamaño del texto Imprimir esta página

bisanuebalasTeresita Caballero se casó cuando tenía 15 años, tuvo su primera hija a los 17 y, a los 19, llegaron las gemelas. Teresita tiene ahora 84 años y es de esas mujeres con alma de abuela cómplice: las que te dan besos con gusto a pintalabios, las que te cocinan rico, las que te llaman antes de irse a dormir la siesta sólo para decirte que te quieren. Es que “Tere”, como la llama su familia, ya salió a la vereda a patear pelotas con sus nietos, ya se sentó en el sillón mullido a contarle a sus bisnietos historias de su infancia de campo y ahora llegó el momento de Eric, un bebé de 10 meses: su primer tataranieto. Ella acaba de convertirse en tatarabuela y también, sin saberlo, en un tesoro vivo de un modelo de familia que, en la clase media, ya casi no existe.

“Hoy tenemos un modelo de familia cada vez más verticalizado: en vez de aquel modelo en el que había un abuelo con un montón de nietos, ahora tenemos pocos nietos (porque se tienen cada vez menos hijos) y mucha familia hacia arriba (porque los mayores viven más años): abuelos, bisabuelos y hasta tatarabuelos”, contextualiza Ricardo Iacub, profesor titular de psicología de la tercera edad y vejez en la Universidad de Buenos Aires.

“Sin embargo, como ahora la clase media se casa cada vez más tarde y tienen hijos después de los 30, la idea del bisabuelo y el tatarabuelo empieza a menguar nuevamente”, agrega.

A diferencia de la historia de Teresita, hoy la mayor parte de las mujeres de clase media retrasan la maternidad para profesionalizarse, estudiar o desarrollarse individualmente, y tienen su primer hijo, en promedio, a los 28 años (a veces, mucho después, cerca o más allá de los 40). Eso significa que, por más que vivamos cada vez más años, en este modelo de familia será difícil que existan tatarabuelas en el futuro: tendríamos que estar hablando de mujeres de, por ejemplo, 120 o 130 años.

¿Pero por qué hablamos de tatarabuelas y no de tatarabuelos? La respuesta tiene que ver con lo que se conoce como “feminización de la vejez” que significa, en criollo, que las mujeres viven más años que los hombres.

Lo interesante es que las tatarabuelas que llegan a ese momento con buena salud física y mental ya no son de esas “ancianas reliquia” que están vivas pero no tienen la menor interacción con los más chicos del árbol genealógico.

Lo explica Murgieri: “Las abuelas actuales son cada vez más activas y cuando nacen sus nietos están en pleno desarrollo laboral o en el pico más alto de sus carreras empresariales o académicas. Son entonces la bisabuela y la tatarabuela, que lejos de ser personas dependientes han llegado a la década de los 90 y 100 años con lucidez y salud, y son capaces de lecturas, relatos e historias que maravillan a los niños. Además, contribuyen a su cuidado y les transmiten otros conocimientos, por ejemplo, a través de los postres y comidas típicas que preparan, muchas veces con reminiscencias de su madre patria”.

Esos tatarabuelos además, ayudarán a que los chicos no sólo vean a sus padres como padres: “A estos chicos, el lazo afectivo con sus tatarabuelos les permite saber que sus padres también fueron y son hijos, lo que es importante para su identificación”, dice Javier Díaz, psicólogo de niños y docente del Instituto Fernando Ulloa.

“Además, les dispara una pregunta: ven adultos que son más permisivos, que tienen una corriente tierna y son más cómplices, y se preguntan si pueden tener un lazo así con sus padres, más impregnado de ternura que de rigidez”, completa.

Es que ese es, de alguna manera el rol que todas ellas están descubriendo, en el límite entre las ganas que tienen y lo que la edad les permite: “Yo voy a los jubilados, salgo de viaje, bailo folclore, tango. Y lo que más me gusta, cuando voy a ver a los chicos, es contarles historias de mi vida en el campo –vuelve Teresita–: les cuento, por ejemplo, cómo era la escarcha en el campo y cómo se sentía el frío en los pies cuando salíamos a trabajar. Lo hago para que los más chicos sepan de dónde vienen y para que aprendan a valorar las vidas que tienen”.

Facebooktwitter

¿Tú que opinas? ¡Nos interesa mucho saberlo!