Gilda Sánchez

Momentos con la jefa: me encantan los viejos que no tienen prisa en morirse


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En medio de las complejidades de la vejez, ella insiste en que es una carga, pero no se da cuenta que es un soporte. Nos encanta, aunque nos duele. Mientras tanto, la vida sigue.

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“Me encantan los viejos que no tienen prisa en morirse, sino que se desgranan pausadamente, dándonos tiempo para disfrutar pequeñas joyas de recuerdos compartidos. Por eso hay que estar ahí, como cuando acaba la tarde y el último grito de sol alumbra más fuerte, acorde final de una partitura.

Así nos está pasando con mi mamá, mi jefa, la patrona, que es una tierna tirana y una manipuladora deliciosa. Me río con ella; me río de ella (y ella, por supuesto, de mí); cantamos juntos; me da almendras y pastillas de miel; cierra los ojos para escucharme leer cada día la oración de “La palabra diaria”, unos libros que ha comprado desde tiempos indefinidos en mi lejano pasado; con lamentable frecuencia la regaño por esa estúpida costumbre que asumimos de convertirnos en padres de nuestros padres, esa necedad de pretender cambiarles la vida cuando esa vida es justo lo que nos trajo hasta acá.

Ella se queja de que no le gusta quejarse y saca a relucir sus defectos (todos tenemos, no hay que negarlo) mientras Madre-hija-Thinkstockphotos_MUJIMA20121016_0010_6rechaza ayuda muy necesaria, pero demuestra sus ganas interminables de aprender, sigue leyendo, escribe mails con una sola mano, entra a Facebook a media noche y tiene varios grupos de whattsap con los que no quiere olvidar su pasado. Hoy, inclusive, me recitó un poema al girasol que aprendió hace 75 años.

Total, vivimos un extraño enamoramiento, tormentoso y risueño, preocupado y libre, un amor que a veces atora y a veces envuelve. Y sólo recuerdo que nadie dijo que todo sería perfecto, tal vez por eso es divertido mientras dura. Pero lamento sus dolores, nuestras equivocaciones en su tratamiento, sus angustias recordando los tiempos en que tenía tanta movilidad que era incontrolable.

En medio de las complejidades de la vejez, ella insiste en que es una carga, pero no se da cuenta que es un soporte. Nos encanta, aunque nos duele. Mientras tanto, la vida sigue.

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