¿Por qué mentimos?

Por Gilda Sánchez

Idealista ilustrada y curiosa. Nació en la mitad del siglo XX en la región más transparente. Educada en la burguesía del bolero, del rock sesentero y por jesuitas de la Ibero. Desde que cumplió 50+ le cayó el veinte de que actuar sin ejercer la conciencia es desperdiciar el milagro de estar viva. Compartir experiencias y reflexiones que enriquezcan el alma es su pasión. Para eso escucha, habla y escribe.

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Las verdades incómodas lo son por la desmedida importancia que le damos a la opinión de los demás.  La mayoría de las veces mentimos para resguardarnos de lo que nosotros creemos que serían las consecuencias de que otros conocieran la verdad.

Cuándo por sistema empezamos a resguardarnos de los resultados de una versión verdadera de nuestra vida, empezamos a crear un hábito,  ya que frecuentemente para seguir manteniendo la versión falsa que damos, se requiere que la siguiente que ofrezcamos también lo sea. Seguimos mintiendo para ocultar que hemos mentido. Por eso mentir es un hábito muy difícil de dejar.

La mentira atrapa y cuando lo hacemos quedamos en medio de unas circunstancias muy resbaladizas que a nosotros mismos nos provocan gran inseguridad.  Además, la mentira impide relaciones auténticas y quien la usa en exceso no sólo se vuelve indigno de confianza frente a quienes logran desenmascararlo sino que su vida se vuelve una historia sin salidas.

El valor necesario para decir la verdad como ejercicio cotidiano reditúa en cuanto a que las relaciones con las personas que se quedan a nuestro lado se vuelven sólidas. Revelar nuestros verdaderos pensamientos/sentimientos (buenos o malos) puede alejar a muchos que no nos estiman realmente, pero permite que permanezcan aquellos que nos aprecian a pesar de nuestra verdad.