Gilda Sánchez

Todos somos Agustín Lara


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• Personaje de leyenda, perfecto ejemplo de que “rollo mata carita” (rollo inteligente, firme y con una enorme capacidad musical), Agustín concentró la atención de sus canciones en el arrabal, el centro nocturno de ficheras y alterne y el romántico de burdel.

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agustin2Ambiente sórdido; un piano; humo; quizá un ventilador de aspas y de preferencia en blanco y negro; más de una mujer, todas deseables, mirando hacia ningún lado con un actuado interés y un gran cansancio; la primera nota; la música como imán y, en una esquina, como dueño del planeta, un hombre feo, elegante, con una herida de miedo en un cachete y diez dedos delgados acariciando eróticamente el teclado hasta hacerlo llorar de agonía y remordimientos. Sonríe poco pero se sabe el mandón, uno de los personajes más distintivos de nuestra sociedad, sin duda entre los cinco grandes compositores populares mexicanos, nacido en octubre de 1900, si es que algo se le puede creer a este mentiroso que dice llamarse Agustín Lara.

Personaje de leyenda, perfecto ejemplo de que “rollo mata carita” (rollo inteligente, firme y con una enorme capacidad musical), Agustín concentró la atención de el del arrabal, del centro nocturno de ficheras y alterne, el romántico de burdel. Afilado de rostro, con su traje incapaz de disimular su delgadez, el veracruzano que tal vez era poblano que tal vez era chilango podía morir al piano con tal de hacer un guiño a la mujer ajena, porque siempre quiso ser el músico del “me vale madres, canto lo que quiera y le declaro mi amor a la que desee”.

¿Qué podemos decir del flaco que no se haya dicho? Lara hizo de su propio nacimiento una leyenda; creó en torno a sí mismo una nube perfecta; su mismo nombre fue un concierto: Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino. Hasta en eso, musical. Con la vida al límite, era un absoluto genio al piano y un compositor notable cuya música ha generado polémica sobre su autoría.

Hasta las canciones que no son suyas son realmente suyas, entre ellas, varias de las más reconocidas melodías española como Granada, Madrid o Valencia. Era un enmascarado sin máscara.

Todos hemos cantado al menos un trozo de alguna canción de Lara, desde el María Bonita hasta Farolito, que yo recuerdo interpretada hace media vida nada menos que por Topo Gigio. Estrofas memorables: “Veracruz, rinconcito donde hacen sus nidos las olas del mar”; “Se me hizo fácil, borrar de mi memoria, a esa mujer a quien yo amaba tanto”; “Noche de ronda, que triste pasas, que triste cruzas por mi balcón”; “Vende caro tú amor, aventurera. Da el precio del dolor, a tú pasado”.

Entonar al flaco de oro es irse por unas cervezas y soñar en mujeres ajenas y con mujeres ajenas, es abandonar la seriedad para volvernos, un momento al menos, cabareteros.

Hoy aún se escucha su música, su voz rasposa, en el imaginario popular. Sobre él podría parafrasear aquella frase: “De tan feo que cantaba, cantaba bonito”.

Y sigue escuchándose en cada escapada cantinera, cada tarde depresiva, cada noche furtiva en busca de valor callejero y de besos por pagar. Entre las sombras y la bruma, siempre estará Lara para brillar oscuramente.

Amante de los toros, poseedor de una leyenda que es envidia de muchos galanes: contar con un enorme vigor masculino que era mítico entre las damas de la farándula y que, según dicen, fue la causa principal por la que María Félix lo prefirió sobre los galanes guapos que podía elegir por montones.

A ratos hasta parece que nunca existió y que es un personaje de película de Juan Orol o del Indio Fernández, pero Lara es tan real que aunque esté muerto no se han muerto y aparece en cada piano, al sabor de unas copas y música tenue, para decir que la vida es un bolado mortal pero hay que cantar en lo que la moneda toca el piso.

Es más, imagino a Lara y me parece que “ya quebró la tarde”, como dicen los albañiles, y es indispensable refugiarse en una cantina –el bar no es algo tan nuestro-, para soñar con ellas o contratar un trío para demostrar valor bajo su ventana cantándole una de ardidos o una que le remueva las bajas pasiones que siempre, con Lara, serán de gran altura.

Ahora que nos da por volvernos incluyentes, absolutistas de casi todo, solidarios de buró, podríamos decir “Todos somos Agustín Lara”. Con seguridad contaríamos con muchísimos adeptos.

 

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