Calendario Gregoriano / la medida humana del tiempo
En el umbral del tercer milenio, damos como un hecho natural la existencia del calendario sin reflexionar sobre el impresionante trabajo que ha implicado desarrollar una medida común del correr de la vida.
Desde el primer registro en Egipto en 1436 a.C, la necesidad de organizar y controlar el tiempo ha sido una obsesión humana surgida seguramente por nuestra mortalidad: saber que irremediablemente nuestra vida tiene un principio y un final.
Frente al tercer milenio, la medida humana del tiempo es el calendario gregoriano. Aunque sea un chauvinismo occidental que descarta las religiones y culturas de otras naciones, éste ha resultado una convención muy útil y una gran herramienta que nos permite ponernos de acuerdo en nuestros ciclos temporales.
Rómulo, el mítico primer rey de Roma, es a quien debemos, gracias a su falta de imaginación para numerar los días del mes, el nombre del calendario. Él y sus seguidores dividieron los meses del ciclo lunar no en semanas sino en tres días clave: el primero, el séptimo y el decimoquinto. Con ello, designaban con un sistema confuso los días del mes señalando cuantos de éstos faltaban para las calendas (1º), nonas (7º) e idus (15º). Así el día 14 de marzo era la víspera de los idus de marzo, el 1 de abril sería las calendas de abril y, el 5 de junio, el III de nonas de junio o dos días antes de nonas.
En el año 700 a.C. el imperfecto calendario romano cambió de 304 días a 355 días no obstante siguió siendo una medida lunar. No fue hasta que Julio Cesar influido por la cultura egipcia gracias a la seducción de la reina Cleopatra, mandó modificar de acuerdo al ciclo del sol, la duración del calendario.
Aunque con cálculos imperfectos ya que el lapso del año solar era menor al tiempo del calendario juliano, el 1 de enero de 45 a.C. se apegó al tiempo solar con un aumento a 365 días y un cuarto. Esta discrepancia hizo que al pasar los años las fechas fijas de las celebraciones cristianas no correspondieran con las estaciones y hubiera una gran confusión en el tiempo del medioevo.
Fue hasta 1292 cuando el fraile inglés Roger Bacon señaló al Papa Clemente IV el desajuste del calendario romano -11 minutos más extenso respecto al año solar- pero hasta tres siglos después y muchas recomendaciones de otros estudiosos, fue cuando la iglesia católica, durante el papado de Gregorio XIII modificó las fechas y se obtuvo así nuestro calendario actual. Este fue ajustado eliminando 10 días en octubre -del 5 al 14 de 1582. Sin embargo, su adopción completa en Europa no se dio hasta 1775, en Japón a finales del siglo pasado y Rusia y China lo adoptaron hasta el siglo XX.
Aunque desde hace mucho medimos el tiempo por años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos no siempre ha sido así. Costó siglos, sabiduría, tesón y paciencia a los notables de todas las épocas ponerse de acuerdo de cómo contar los días para sacarle mejor provecho a la agricultura, a la política y a la religión.
En el umbral del tercer milenio damos como un hecho natural la existencia del calendario sin reflexionar sobre el impresionante trabajo que ha implicado desarrollar una medida común del correr de la vida donde todos concordamos hasta la milésima de segundo sobre lo que es el tiempo.
Esto debe celebrarse aún hasta 4909 d.C. cuando el calendario gregoriano estará un día por delante del año solar.